viernes, 20 de abril de 2007
Ruptura
El insomnio es mi mejor amigo desde el día en que cumplí treinta años, cuando ordenando el lío de mi
fiesta rompí el espejo de mi abuela. Muerto de miedo por los siete años de mala suerte, decidí comprar un
pegamento en la carpintería de abajo. Tardé toda la noche en pegarlo. Cuando quise dormir, él salió de la oscuridad queriendo ser mi compañero de vida. Nuestra amistad superó hace poco los tres años. Compartimos largas noches, estuvo conmigo en las buenas y en las malas. Se la bancó las noches en que el vino intentaba desplegar su efecto somnífero. Otras, sólo se quedaba ahí, haciéndome compañía en la soledad. Presenció varios de mis amores y me enseñó que lo más lindo de las mujeres se encuentra cuando están dormidas y llegan al punto más vivido de sus sueños. Cuando las mujeres escaseaban, fue testigo de mis largas intercambios de miradas románticas con el techo de mi habitación a quien nombré Greta para no sentirme intimidado por el hecho de que es masculino. Él es de esos amigos que nunca fallan. Cuando murió papá su presencia fue más firme que nunca. Se pasó la noche con su mano en mi hombro mientras yo lloraba, acompañándome en mi dolor. Pero ya no lo aguanto más, se convirtió en un pegote. Necesito mi espacio, caminar solo. Hoy frente al espejo que nos introdujo, mirando sus mil ojeras, le pienso decir que lo siento, aunque sea ingrato de mi parte.
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