domingo, 22 de abril de 2007

No soy tan grande


Me fascinan los laberintos de revistas infantiles. Se que ya estoy grande, mi esposa me lo dice todo el tiempo, pero este juego me llama mucho la atención. Por lo general son animales que tienen que penetrar los pasillos de tinta hasta su presa vegetal. Aunque también existen de diferentes temáticas. El que más me gusta es uno de un conejo y su zanahoria, me parece simpático y la ilustración es impecable.
Me divierte el hecho de que en estos juegos hay, por lo general, un total de cuatro caminos dentro de los cuales sólo uno es el correcto. Debe ser fascinante descubrir la respuesta a los tres años de vida. La sensación de satisfacción y orgullo, la imagino exquisita. Uno ve el conejo de un lado desesperándose por despegarse del papel y correr para llegar a la meta. Es un juego traicionero. Ver a ese animal de cuento hambriento, imposibilitado de movimiento obliga moralmente a uno a ayudarlo. Qué inhumano sería dejarlo allí solo y famélico. Entonces el niño, queriendo ayudarlo, toma un crayón, rojo por lo general y comienza a desgastarlo sobre la textura del papel, dejando un rastro desprolijo como Hansel y Gretel para que por la noche, cuando todos duerman, el conejo se escape y coma su zanahoria.

Escupen agua

Mi vida es un laberinto del que no puedo salir. Los pasillos son matas de hojas verdes y desde los quince años corro en él queriendo escapar para dejar atrás el anonimato encontrando en mí una personalidad, una mística que me separe del resto. Ningún recorrido nuevo termina con este provenir, por el contrario, las circunstancias siempre me devuelven al centro, donde duermo cada noche junto a una fuente con dos ángeles de mármol que escupen agua. Llegué a pensar, sin desearlo, que mi verdadero ser debe estar en ese lugar del laberinto, donde no tengo ninguna virtud destacada. Siguiendo este razonamiento es que yo, Carlos Villanca, estoy destinado a ser uno más entre la masa. Un hombre oculto en la multitud, un don nadie, alguien oxidado por la rutina y un salario miserable, un montón de carne picada luciendo un traje nuevo, un pez muerto flotando en estanques de capitalismo sin nada que envidiar. Pero no puede ser, yo no soy así, quiero ser alguien, en la próxima doblo a la derecha. Mis pulmones van a explotar de tanto correr. Ya falta poco. A la derecha. En pocos metros se bifurca el camino. Mi cuerpo sigue en piloto automático e inclinándose por el peso de mi corazón dobla erróneamente. Una luz blanca y majestuosa me hace cerrar los ojos. Cuando los abro veo nuevamente la fuente de agua en el centro del laberinto, donde dormiré esta noche junto a los dos ángeles de mármol que escupen agua.

sábado, 21 de abril de 2007

Ruptura 2


Mi ex novio es un raro. La verdad es que no se por qué comencé a salir con el. Yo tenia catorce, el tenía diez y siete. Cuando lo conocí era un chico normal lleno de problemas adolescentes igual que yo, pero nada más. Al pasar el tiempo me di cuenta que tenia una seria atracción por la moda. En su décimo octavo cumpleaños había dejado de ser un chico de bombachas de campo y alpargatas para ser dark, religión que dejó medio año después cuando la cultura rollinga se puso de auge en mi pueblo. Chapas largas, remeras y jeans rotos y ese característico pañuelo. Como con todo, el entusiasmo se le fue al poco tiempo cuando decidió hacer como su amigo y raparse ambos lados de la cabeza e incrustarse un aro a modo de toro. Pero su desbalance estético no terminó ahí. Después de soportar su hard punk conoció el maravilloso mundo de la electrónica. Todo volvió a cambiar y esta vez usaba remeras con estampa de consola y musculosas. Ni un músculo tenía el pobre. Y yo como novia fiel los seguía sin decir nada. Hace tres meses se pusieron de moda las calzas para las mujeres y él en un intento de originalidad se consiguió unas con estampado de tigre. Ese fue el fin de nuestro noviazgo. Cuando me preguntó por qué lo dejaba mi respuesta fue simple: no puedo salir con alguien que usa calzas de tigre para el cumpleaños de su suegro.

viernes, 20 de abril de 2007

Ruptura


El insomnio es mi mejor amigo desde el día en que cumplí treinta años, cuando ordenando el lío de mi
fiesta rompí el espejo de mi abuela. Muerto de miedo por los siete años de mala suerte, decidí comprar un
pegamento en la carpintería de abajo. Tardé toda la noche en pegarlo. Cuando quise dormir, él salió de la oscuridad queriendo ser mi compañero de vida. Nuestra amistad superó hace poco los tres años. Compartimos largas noches, estuvo conmigo en las buenas y en las malas. Se la bancó las noches en que el vino intentaba desplegar su efecto somnífero. Otras, sólo se quedaba ahí, haciéndome compañía en la soledad. Presenció varios de mis amores y me enseñó que lo más lindo de las mujeres se encuentra cuando están dormidas y llegan al punto más vivido de sus sueños. Cuando las mujeres escaseaban, fue testigo de mis largas intercambios de miradas románticas con el techo de mi habitación a quien nombré Greta para no sentirme intimidado por el hecho de que es masculino. Él es de esos amigos que nunca fallan. Cuando murió papá su presencia fue más firme que nunca. Se pasó la noche con su mano en mi hombro mientras yo lloraba, acompañándome en mi dolor. Pero ya no lo aguanto más, se convirtió en un pegote. Necesito mi espacio, caminar solo. Hoy frente al espejo que nos introdujo, mirando sus mil ojeras, le pienso decir que lo siento, aunque sea ingrato de mi parte.

miércoles, 11 de abril de 2007

8/6/96


Y murió.
Un día como cualquier otro, la ciudad calurosa transpiraba. Era irónico que llamándose Francia yaciera moribunda en ese catre. Su cabeza pelada ya no me recordaba a París y su tez amarillenta no se parecía a Lyon. Más bien evocaba al museo del Louvre, lleno de historia y nostalgia. Nunca pensé que le desearía la muerte a nadie pero ella en ese momento se la merecía.
La hora de su baño era de madrugada. Un poco de agua tibia, jabón liquido, esponja y la toalla infaltable porque si las sabanas se mojaban ella podía pasparse. Metí la mano en el balde hasta que la esponja se hinchó de líquido y escurrí el excedente. El ruido de las gotas era lo único que se escuchaba en la casa, como lágrimas. Fran apenas giro la cabeza y trató de sonreír. Entendí que ella comprendía lo que pasaba dentro y fuera de ella. Le di un beso en la frente, me alejé y me senté a observarla desde mi silla en la esquina de la habitación. Traté de encontrar en su semblante a la mujer de la que me enamoré, pero solo pude ver sus restos. Todo era culpa mía, si hubiese podido darle hijos todo sería diferente. Siempre fuimos nosotros dos, mi pececito y yo. Le encantaba el mar, decía que en él se sentía libre, pero recién en ese momento me di cuenta de lo que su sobrenombre significaba. De verdad parecía un pez, su rostro era así de parco. No supe discernir cuando dormía de cuando soñaba despierta, pero lo que sí sé es que no estaba presente. Por lo menos no desde que su enfermedad comenzó a consumirla.
La sombra de mi silla marcó las 12:30 hs, ella debía comer, pero la sola idea de tener que alimentarla me atormentaba. Junté fuerzas y me dirigí a la cocina, tratando de no perderla de vista mientras avanzaba por el pasillo. Tenía miedo de perderla o saltearme un segundo con ella. Una vez en la cocina, saqué el preparado de comida procesada. El olor de la mezcla me producía nauseas. En cierta forma su enfermedad me enfermaba. Traté de ser lo más veloz posible, pero la artritis y mis lentos movimientos de anciano me dificultaban cada momento. Volví con la comida, una cuchara y un repasador en mi hombro. Acerqué mi silla a la cama y con la mayor delicadeza abrí su boca, recolecté con la cuchara un poco de puré y lo deposité entre sus dientes y su lengua. Nada sucedió, ni siquiera producía saliva. Quería decirle que trague pero no quise interrumpir la melodía del silencio. Después de unos instantes cerré su boca y esperé que lentamente la comida procesada bajara hasta su garganta y recé por que no se atragantara. Repetí esto hasta que comió la poca comida preparada. En verdad le deseaba la muerte.
Dicen que los peces solo recuerdan lo que pasa durante veinticuatro horas y luego, su libro de memorias se borra para volver a ser escrito. Así, cada final se convierte en principio y cada historia es rescrita. Deseaba que eso le sucedida a mi pececito. Sólo con su muerte comenzaría su vida eterna y una vez en ella no recordaría todo lo que sufrió en esta.
Los segundos pasaban lentos. A cada minuto el tiempo sincronizaba los bombeos de sangre que paseaban por mis venas. Jugué con los pocos recuerdos que quedaban. Mezclé lugares y situaciones, personas y momentos. De la habitación la llevé al mar, pero sola volvía al cuarto. Ahí decidí no imaginar más.
Cuando el sol empezó a besar su lecho no quise más que acostarme junto a ella. Quise volver a sentirla y junté mi cuerpo con el suyo. No sentí calor. No sentí Francia.
Sabía que me necesitaba, intenté abrazarlo pero mi cuerpo no respondía. El vivía para mí. Conocía su calvario. Quise abrazarlo, decirle que no lo culpaba por no darme hijos. Es más, me gustaba ser su único amor.
La oscuridad invadía el cuarto, mi esposo no despertaba. Algo andaba mal. Tenía que gritar, pedir ayuda. Este maldito cuerpo.

¡Devolveme mi collar!


Diego es el agujero negro que habita en mi cuarto. Es tan pequeño que nunca se dónde esta, pero les aseguro que come muy bien. Hace una semana se dio un banquete, en menos de una hora desapareció mi billetera, un par de anteojos y mi collar. Si, escucharon bien, mi collar. Ese del cuerno que tanto quiero. El resto no me importa.
Al principio supuse que si me hacia amiga de Dieguito me devolvería mis tan preciados objetos tarde o temprano. Pero, adivinen qué. No lo hizo. Así que junté cinco pertenencias de escasa importancia para hacerle una ofrenda. Entre estos estaba mi tarjeta de la obra social (que no pago hace tres meses), una de mis ranas rotas de cerámica, un anillo que me regaló mi ex, etc. Para crear un ambiente prendí velas, puse una música medio satánica y deje todo debajo de la cama en un seudo ritual. Al día siguiente todo estaba ahí, con un poco de polvo, pero intacto. Traté de comunicarme con él y suponiendo que no habla castellano intercalé sílabas de forma azarosa. "Cratfut yicup" creo que le dije. Obviamente no me respondió.
Fallado mi segundo intento de recuperar mi cuerno llegué a la siguiente conclusión: Si Diego es un agujerito negro, puede ser que no quier comunicarse con migo por no ser lo mismo qué él. Decidí entonces vestirme de negro, toda de negro. Lo más complicado fue ingeniarmelas para cubrir mi cara , pero una pantys en la cabeza al estilo ladrón solucionó el problema. Procedí a oscurecer el cuarto. Baje las persianas, apagué la luz y cerré la puerta. Estuve tres horas sentada en la cama esperando, no se bien qué, pero algo, alguna señal. Nada.
Estoy desesperada. Este es mi último recurso. Por este medio le digo a Diego: ¡Devolveme mi collar! (aunque sea en una moto)

martes, 10 de abril de 2007

8am


Mi nombre es Lola. Tengo quince años y estoy enamorada de Juan. Él es un compañero del colegio, tiene diez y seis años recién cumplidos. Es rubio y tiene los ojos mas lindos que vi. Es el Brad Pitt de la clase y ayer se puso de novio con Antonella, la chica popular. Ella fue reina de la juventud el año pasado y el anterior. Ahora no se quiere presentar porque su mejor amiga Flor, está celosa de sus logros, aunque no debería estarlo porque es abanderada y en lo que va del año ya rompió tres récords en atletismo, ademas tiene el pelo de un color naranja espectacular. Martín también es pelirrojo y es muy buena persona. Pertenece a un grupo "selecto" de jugadores de Magic junto a Rodrigo, el chico más tonto del colegio. Rodrigo es un baboso y tiene la cara llena de granos con punta blanca. Lo peor es que existe Fernando "el asqueroso" que le explota las espinillas de la nariz en los recreos y para empeorar la situación está enamorado de Lola. Si, de mi.

jueves, 5 de abril de 2007

Chau


Esa mañana no me dijiste nada, la pelea de anoche te había comido la lengua. Fuiste incapaz de pedirme perdón. A cambio me despertaste por primera vez en años con el café en la cama. Me impresionó que después de tantos años no supieras que tomo el café amargo. No me importó. Supe entender que era tu forma de mostrarte arrepentido. En silencio te fuiste a duchar mientras yo limpiaba los platos sucios de anoche y bajaba la basura. Cuando volví la ducha seguía sonando. Entré y te vi arrodillado, abrazando tus piernas, sin sentir las gotas que resbalaban por las pupilas. El agua estaba helada y tus labios violetas me recordaron a ese viaje a Bariloche. No quisiste pararte y menos dejar que te ayude. Contando hasta diez salí del baño, agarré las llaves que estaban sobre la mesa de siempre y regalándote un portazo me fui.

martes, 3 de abril de 2007

Se Exita

-Se excita, se retuerce, se marea. Siempre es igual, no importa lo que haga. Primero las palpitaciones, la excitación. Después se retuerce pidiendo, hasta ha llegado a rogar. Pero al final siempre se marea. Trato de cambiar la rutina, innovar, pero siempre es lo mismo. No importa cuanto me esfuerce, la manera en que la cargo, la forma en que le hablo. Hasta trate de ser indiferente, hacer las cosas mal. Nada cambia. Se excita, se retuerce, se marea. Pero le gusta, me pide más y yo ¿Qué puedo hacer? Cómo resistirme a esos ojos claros, a esos labios carnosos. Caigo una y otra vez en lo mismo. No le puedo decir que no, aunque no es normal que se maree como lo hace. No me pasó nunca, se podría decir que en esto soy inexperto. Tengo que confesar que a veces me da miedo, pero ríe, ríe mucho. Le encanta y no quiero ser yo quien la prive de ese goce. Recuerdo las cosas que me provocaron y como lo hicieron. Si lo tuviese que describir, quizás tampoco suene lindo, peor al fin y al cabo era placer. Quiero repetirlo, llevarla de nuevo a la luna y que goce, que goce mucho. Eso es lo que me gusta, verla en su punto máximo de placer. Sentir su corazón latir fuerte. ¿Me entiende?
- Si, pero debo decirle que no es nada de otro mundo, no es siquiera un problema
-¿Eso quiere decir que lo puedo repetir? ¿Puedo hacer que se excite y se retuerza? ¿No importa que se maree?
- Mire, es su hija y lo ella siente es normal. Mis hijos también se marean en la calesita.