Nunca dejé de ser un pájaro. Ojalá puedan entenderlo. Sigo siendo gris y aunque mis alas no se despeguen de mi cuerpo, alguna vez fueron las velas que me llevaron a navegar los aires. Fui el rey de los cielos o almenos así me sentí. No conocí nada mejor que el gustito salado del aire de mar. Qué vida simple, hermosa y pura: volar, comer y seguir volando. El aire es el alma de la Tierra y yo lo tragué de a bocanadas, llenando mi espíritu. Ahora habito esta caja de cristal, aislado del viento. Duro como piedra, inmovilizado y vacío. Un ave, una vida ya finita y rotulada con mi nombre o el de muchos más: Catoptrophorus Semipalmatus.
Espero que puedan entender que sigo siendo un pájaro y que moriría por ir al cielo.
martes, 18 de marzo de 2008
viernes, 8 de febrero de 2008
Volver
Volví.
Todo está igual: tan diferente. Los colores siguen siendo brillantes, la madre selva sigue trepando la madera. El living repite por enésima vez la posición de los muebles y juego a adivinar de qué otra forma mamá pudo haber alterado el orden durante mi ausencia. Las escaleras todavía gritan de dolor si las piso fuerte y mi gata está preñanada como lo estuvo siempre. En el baño de arriba continúan rotas las baldosas del piso, pero por lo menos ahora anda la luz. Mi mapuche crece pero su cara parece resignarse al tiempo y mis hermanos perdieron los rasjos de sus niñez.
La calle de tierra no cambó y me acaricia con nubes de tierra seca y olor a pino. Mamá se mantiene joven pero no puede evitar el envejecimiento de su mirada.
Y yo, que sigo viendo en el patio los fantasmas de un pasado que ya no está pero que nunca dejara de exixtir.
Todo sigue siendo igual, todo está tan diferente.
Todo está igual: tan diferente. Los colores siguen siendo brillantes, la madre selva sigue trepando la madera. El living repite por enésima vez la posición de los muebles y juego a adivinar de qué otra forma mamá pudo haber alterado el orden durante mi ausencia. Las escaleras todavía gritan de dolor si las piso fuerte y mi gata está preñanada como lo estuvo siempre. En el baño de arriba continúan rotas las baldosas del piso, pero por lo menos ahora anda la luz. Mi mapuche crece pero su cara parece resignarse al tiempo y mis hermanos perdieron los rasjos de sus niñez.
La calle de tierra no cambó y me acaricia con nubes de tierra seca y olor a pino. Mamá se mantiene joven pero no puede evitar el envejecimiento de su mirada.
Y yo, que sigo viendo en el patio los fantasmas de un pasado que ya no está pero que nunca dejara de exixtir.
Todo sigue siendo igual, todo está tan diferente.
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